sábado, 31 de enero de 2009

AQUELLAS TARDES DE CAFE



Otra vez se abre ante mí el libro de los recuerdos, y al cruzarme contigo me pongo a pensar de nuevo en aquellas tardes junto al recio cristal de aquel soñado café. Tu me dabas la mano por debajo de la mesa, no fuera que nos viesen, (ya ves, con esa timidez que nos comía a los dos por dentro y por fuera) que estaban mal vistas las demostraciones afectivas en público; como si el darse la mano fuera un deleznable delito moral... Yo simplemente te miraba a los ojos, y no hacía falta más. Tus ojos me lo decían todo, manteníamos la mirada insoslayablemente sin rubor, los gestos y el lenguaje visual actuaban por sí solos. Esos ojos penetraban en mí y escudriñaban el interior de mis sentimientos, y ante ellos yo me sentía como desnudo... Era incapaz de desistir de esa mirada a la vez suave y profunda... Yo respondía simplemente con tiernas caricias en el dorso de tu mano, y así podíamos pasar horas... La excusa del café era perfecta para mantener una conversación gestual, con a veces tan pocas palabras que el silencio se podía cortar, pero no echábamos de menos las palabras, todo estaba ya dicho...

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